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Similitudes y
diferencias

El 22 de noviembre de 2015 debería quedar en
la historia como el día en el que la derecha regresó al poder en la Argentina.
Lo hizo en democracia y con el voto ciudadano. Desde ese punto de vista resulta
incuestionable y está dentro de las reglas que la misma democracia impone. Es
positivo que el sistema democrático funcione y se consolide. Desde el punto de
vista político es lamentable que desde las urnas haya surgido una decisión que,
sin duda, perjudica al campo popular. Tampoco debería equipararse la derrota
electoral con capitulación de un “modelo”, entendido éste como una forma de ver
el mundo que pone en el centro al ser humano gozando en plenitud de sus
derechos. Porque las banderas no se bajan ni se negocian. Sobre todo si están
impregnadas de derechos esenciales. Es un retroceso, sin duda. Y también una
batalla que comenzó a perderse mucho antes de las elecciones presidenciales.
¿Cuáles
son las diferencias con otros gobiernos de derecha? Es diferente la composición
de la alianza ganadora si se la compara con otras manifestaciones de derecha en
el pasado. Porque Cambiemos reúne a una fuerza tecno pragmática que dice
descreer de las ideologías pero se aferra a los principios básicos del
neoliberalismo, con el sector más conservador y retrógrado de un partido
tradicional como el radicalismo que tiró por la borda la perspectiva nacional y
popular que otrora lo caracterizó. No menos importante es que la coalición
triunfante carece de coherencia política e ideológica: su unión está basada en
el “anti” antes que en acuerdos programáticos o políticas. Habrá que ver cómo
se traduce esta situación en el ejercicio del gobierno.
El
resto de las diferencias de este Cambiemos encabezado por Mauricio Macri con
otras expresiones de derecha son apenas el resultado del cotillón electoral.
Los gestos adustos y las formulaciones categóricas dejaron paso esta vez al
canto, al baile y a los globos acompañados de un discurso marketinero que se
pretende cercano “a vos”, que habla de “construir juntos” y hasta de
“solidaridad” y de dejar atrás “los enfrentamientos” como si éstos no fueran el
resultado obvio de la conflictividad social y de intereses encontrados.
Acompañado por la música ejecutada por Jaime Durán Barba, el discurso de
Cambiemos fue capaz de ajustarse al ritmo de las encuestas y de lo que “la
gente” quiere escuchar, sin reparar en contradicciones y mentiras evidentes
que, por cierto, no han sido apreciadas o sencillamente desestimadas por la
mayoría de la ciudadanía que sufragó.
Pero
resulta por demás ostensible que en cuanto le sacan el bozal a sus más
encumbrados dirigentes el cotillón electoral de Cambiemos queda de lado y se
pone al descubierto su verdadera perspectiva ideológica en expresiones como las
de Marcos Aguinis insultando y repudiando a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo
para acompañar la frase de que “se acabó el curro de los derechos humanos”, o
Alfonso Prat-Gay despreciando la posibilidad de que algún ciudadano de esos
lugares que los porteños llaman “el interior” llegue con posibilidades a la
presidencia o las de Juan Aranguren sosteniendo que “el autoabastecimiento
energético no es relevante” o las del propio Mauricio Macri recordando que “el
salario es un costo más” aunque luego se desdiga en campaña.
Ahora
las cartas están echadas. Ya no hay vuelta atrás. En democracia no se
cuestionan las decisiones electorales de los ciudadanos. Y ojalá nos vaya bien
a todos, derrotando así la mirada pesimista de quien escribe estas líneas
convencido de que este es un momento triste para la sociedad argentina pero
esencialmente para los pobres, los trabajadores y los actores populares del
país y, por añadidura, de las otras naciones de la región sudamericana.
Otra
diferencia con anteriores gobiernos de derecha es que ahora nadie podrá decir
que no estuvo avisado. Quienes votaron a Macri lo hicieron a sabiendas, aun
cuando se pueda apuntar que muchos respondieron a un clima de opinión generado
por el sistema de medios que actuó como principal opositor al gobierno del FpV.
Es posible que en cierto tiempo aparezcan quienes levanten la mano para señalar
que “yo no lo voté”. Ya lo vivimos también en la Argentina. Pero será tarde.
Una
diferencia más radica en la fuerza que a partir de ahora será la principal
oposición. No es menor advertir que tras doce años de ejercicio del gobierno el
FpV obtuvo en la primera vuelta más de un tercio de los votos totales. Es un
logro si se tiene en cuenta el desgaste lógico que produce la gestión y el
hostigamiento permanente de los principales conglomerados mediáticos, artífices
esenciales de la victoria de Macri (aporte por el cual esperan retribución), y
por voceros de los grupos de poder económico que, a pesar de que acumularon
ganancias durante todo este tiempo, se sintieron desplazados sencillamente
porque siempre quieren más y participar de las decisiones del poder. El FpV
mantiene, por otra parte, una fuerte representación parlamentaria y una mayoría
de gobernaciones que constituyen una cuota de poder que tendrá que usar con
inteligencia ahora desde la oposición.
Mirando
al 2003 hay que decir que el gobierno saliente deja un saldo sumamente positivo
respecto de derechos recuperados y nuevos derechos constituidos por parte de
los sectores populares y actores diversos de la sociedad. No será fácil para
nadie desconocer esta nueva línea de base, aunque habrá múltiples estrategias
para echar atrás conquistas históricas. Es otra diferencia. Que se suma también
a una mayor conciencia y politización de la sociedad que no puede desmentirse
ni siquiera por el resultado electoral de ayer. En Argentina existen hoy muchos
más actores conscientes de sus derechos porque ya los ejercieron, así haya
también muchos de esos titulares de derecho carentes de sentido político,
estrategias y capacidades para defender tales conquistas.
Es
verdad también que el FpV, el justicialismo y lo que se ha denominado el
kirchnerismo, tendrá que iniciar un profundo proceso de revisión y autocrítica
para evaluar los errores cometidos. Habrá que preguntarse en qué radica la
imposibilidad manifiesta para acumular en términos político electorales las
mejoras evidentes en la calidad de vida de los ciudadanos, la incapacidad
estratégica para explicar de manera masiva y convincente (no hablando sólo para
los “conversos” e intentando superar el obstáculo de los medios hegemónicos)
las ventajas “del modelo”, el empecinamiento en promover luchas intestinas en
las propias filas pretendiendo que las diferencias se saldan con autoritarismo
y disciplinamiento, mientras se obturan los espacios de participación y se
castiga a quienes opinan distinto. Es evidente que todo ello perjudicó las
chances de Scioli y así lo percibieron muchos ciudadanos y ciudadanas que, en
las últimas semanas y aun desoyendo a la dirigencia, “militaron” inorgánica,
heroica y comprometidamente en defensa de sus derechos y de los de sus
conciudadanos. No alcanzó. Pero esta manifestación es, por sí misma, la más
severa crítica a la dirigencia del peronismo y del FpV y, sin duda, una
esperanza y una base para construir nuevas formas de hacer política en el
futuro inmediato.
¿Qué
se puede esperar? Es probable que todo lo que se pueda decir ahora, en medio
del viento de cola que supone la euforia ganadora, sea rápidamente inscripto en
la “campaña del miedo” como se la tituló en las últimas semanas. El PRO y
Cambiemos venden alegría y esperanza. Pero no es ilógico esperar que la alianza
que gobernará desde el 10 de diciembre convoque a los factores de poder que la
apoyaron para producir en escasas dos semanas una especie de “golpe de mercado”
que dispare los precios “preventivamente”, que impulse hacia arriba la
cotización del dólar ilegal, también “para evitar pérdidas” y que como
consecuencia se produzca una inevitable caída del salario real. Por supuesto
que todo ello tiene que ocurrir antes del 10 de diciembre por un doble motivo:
para endilgar todas las responsabilidades al gobierno saliente y para que las
primeras medidas de los nuevos administradores se presenten como “inevitables”
y “salvadoras”. Esta historia ya la vivimos.
Después
de ese impacto inicial seguramente habrá gradualidad en el ajuste, pero ajuste
al fin. No es “meter miedo” analizar las consecuencias de las medidas ya
anunciadas: recorte del gasto social y de los subsidios, devaluación y libre
flotación de la cotización de las divisas extranjeras, apertura irrestricta de
las importaciones, pago a los “fondos buitre” y endeudamiento internacional.
Para mencionar tan sólo algunos temas. Son todas decisiones coherentes con
“otro modelo” y concurrentes en el mismo sentido: en contra de los intereses de
los pobres y asalariados. Por ese mismo motivo no es temerario afirmar que, en
la medida que tales medidas se concreten, habrá aumento progresivo de la
conflictividad social porque aún quienes hoy favorecieron con su voto a
Cambiemos tendrán que encontrar inevitablemente las estrategias para defender
la calidad de vida antes conquistada.
Y
habrá que ver cómo actúan en ese momento quienes desde la oposición se llenaron
la boca hablando de la diferencia, de la diversidad, del “relato único” y de la
defensa de la institucionalidad. Un adelanto ya lo dio la máxima autoridad del
radicalismo conservador. Ernesto Sanz sostuvo que “habrá que gobernar por
decreto”. ¿Y qué se puede esperar de la Justicia que hizo todo y más para
favorecer a la oposición? Será importante observar, finalmente, cómo hace
Mauricio Macri para sostener en la práctica y traducir en acciones de gobierno
el eslogan electoral que decía que “estamos con vos” y “no te vamos a dejar
solo”. Ya no serán suficientes los consejos marketineros de Jaime Durán Barba.
Los que lo votaron y quienes no lo hicieron le pedirán cuentas y resultados
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